Echaré de menos el húmedo cabestril de tu cama,
el cuál me arropába a tus escalchadas piernas,
me suspirába que te besára muy requete despacio,
imaginando como mis manos varonil te engatusaban.
Aún recuerdo aquella noche que comenzó a nevar,
y juntos nos compenetramos como abejas al enjambre,
y derritiéranse los besos que nos dimos aquella noche,
la nieve quedára sepultáda en nuestro jardin y escapáramos.
Dime dónde quedarán las lágrimas en la puerta de tu casa,
y el verso que te escribiéra sentado en la estación de metro,
hasta que mis lágrimas se secáran y comenzáran a andar,
sin rumbo fijo al infinito, sin salida, como sin vida quedára.
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